Joan Margarit, premio Cervantes en 2019, murió a los 82 años en Barcelona, por un cáncer linfático que le habían diagnosticado el año pasado. El poeta catalán más leído, querido y respetado escribió casi hasta el final los poemas de Animal de bosque en catalán y español, que en dos semanas publicará la editorial Visor en su colección Palabra de Honor. El cáncer se extendió por su cuerpo pero no pudo arrasar con su palabra. “Ya no me importa si me ve la Muerte:/ sonriente miro hacia los que me siguen./ Ahora, tan cercano ya del muro,/ ignoro lo que pueda haber detrás. /Sólo sé que me marcho con mis muertos”, dijo Margarit en el poema “Los muertos”.
Margarit, nacido el 11 de mayo de 1938 en Sanahuja, un pequeño pueblo de la Cataluña profunda, estudió arquitectura y trabajó como arquitecto y profesor en la Escuela de Arquitectura de Barcelona. El primer contacto serio con la poesía, el que fijó para siempre su deseo de escribirla, lo tuvo a los 18 años, en 1954, cuando se encontró con el universo de Pablo Neruda, una influencia que le costó más de diez años hasta lograr liberarse, aunque reconocía que lo continuó leyendo con tanto agradecimiento como admiración. “Los maestros con demasiado poder sobre nosotros son peligrosos”, decía el poeta catalán. Pronto fue incorporando más lecturas y poetas, como los de la generación del ’98: Unamuno y Antonio y Manuel Machado, entre otros; los de la generación del ’27: Lorca, Alberti y Cernuda; y los poetas de los ’50: Celaya, Blas de Otero y José Agustín Goytisolo. Empezó escribiendo solo en castellano y publicó su primer libro Cantos para la coral de un hombre solo en 1963.
El poeta y arquitecto fue descubriendo que la poesía no es un oficio y que a pesar de trabajar con entusiasmo podía ser cada vez peor poeta. Era exigente y profundo como el mar que genera asombro y perplejidad; sus poemas destilan emoción y claridad. La lengua materna y de la intimidad, el catalán, era el territorio adonde quería llegar. Ningún gran poeta lo ha sido si no ha escrito en su propia lengua. No es fácil encontrar la propia voz. Entonces empezó a escribir y a publicar en catalán a partir de La sombra del otro mar (1981). “El paso de la lengua castellana al catalán significó una súbita iluminación del territorio poético, pero a la vez una tristeza profunda por lo que yo suponía que debería significar el abandono de la lengua que tanto me había dado también en lecturas y aprendizaje”, afirmó Margarit en Poética. Construcción de una lírica (Arpa), un libro en el que compartió sus reflexiones como poeta, lector y traductor de poesía (al catalán y al castellano) de la obra de los poetas Thomas Hardy, Elizabeth Bishop y Rainer Maria Rilke. “Traducir es mostrar un poema desde unos determinados ángulos, dejándolo ciego desde algunos otros y a medidas desde los más. No hay traición alguna si se advierte de entrada cuáles son los ángulos desde los que trabaja el traductor. Es por eso que cada época debe renovar sus traducciones, para dar respuestas al cambio de puntos de vista”, explicaba.
La tensión con el bilingüismo no estaba aún zanjada. Margarit experimentó escribir en catalán y traducir él mismo al español con Luz de lluvia (1986), Los motivos del lobo (1993) y Aguafuertes (1995). Desde Estación de Francia (1999) decidió que este sería su método: publicar los libros de poesía en catalán y castellano. De las cenizas del poeta en castellano surgió un poeta tardío en catalán y castellano a la vez con libros de una belleza estremecedora como Joana (2002), dedicado a una de sus hijas, que murió a los 30 años en 2001. “El sentimiento que ahora me domina es el desamparo. El mundo sin Joana se parece al que vivimos juntos, pero no es el mismo. Unas mínimas diferencias me ponen de manifiesto que las personas, los lugares, las cosas, no son familiares. Me enfrento, pues, al terror más puro, cuando las cosas cotidianas no se reconocen y se vuelven amenazadoras. Por eso a veces lloramos, Mariona y yo, perdidos en el extraño paraje en el que nos ha abandonado la muerte de nuestra hija. El cuervo de Poe ya no dejará de repetir dentro de mí su seco nevermore”, confesó Margarit en prólogo del libro.
Para celebrar sus 80 años se publicó una edición bilingüe de Todos los poemas (1975-2015), una especie de autobiografía poética que reúne desde Restos de aquel naufragio hasta Amar es dónde. Y también salieron sus memorias Para tener casa hay que ganar la guerra (título que tomó de un verso propio). “Siempre he tenido la conciencia de que la poesía, para mí, se extendía por toda la vida. La prisa nunca ha formado parte de la relación con el poema -reveló Margarit-. El juicio final lo llevará a cabo el tiempo y, al contrario de los juicios finales de las religiones, yo no sabré el resultado. A mí me corresponde solo, y no es poco, el día a día con los poemas sin más justificación, placer o compensación que buscarlos, componerlos y escribirlos”.
El poeta estaba convencido de que la única solución es el diálogo. En una entrevista con el diario El Mundo declaró que “dialogar es un asunto de Estado, no de jueces” y agregó que lo que estaba sucediendo con el procés, “sustituir el diálogo por el castigo, traerá consecuencias horribles”. Ante la pregunta si lo había desengañado el independentismo catalán, Margarit respondió: “Difícil contestar a eso. A los 5 años me golpearon por hablar en catalán. Existe un miedo dentro de mí que puedo paliar con cultura, pero no evitarlo. A mí España me da miedo. Y digo España con Cataluña dentro. Me da miedo España desde los Reyes Católicos”. El poeta fundamentó de dónde le viene ese miedo. “España es un país cruel. Si somos el segundo país del mundo con más muertos enterrados en las cunetas, algo querrá decir. Otros estados europeos han ido avanzando hacia algo mejor después de procesos de regeneración muy fuertes. Y no tuvieron miedo a empezar de nuevo. Aquí lo más que hacemos es apelar a la II República, que no duró más de cuatro años. Después de la dictadura no se desplazó a nadie de entonces. A nadie. Y hasta hace poco se condecoraba a un policía torturador como Billy El Niño. Somos un país para andarnos con mucho cuidado. Me moriré con este miedo y para combatirlo sólo puedo intentar amar”.
Amó mucho Margarit, hasta el último aliento. En el inédito “Conmovedora indiferencia”, que pertenece al libro póstumo Animal de bosque, escribió: “Pensé que me quedaba todavía/ tiempo para entender la honda razón/ de dejar de existir. Lo comparaba/ con el desinterés, con el olvido,/ con las horas del sueño más profundo,/ pensando en esas casas donde un día vivimos/ y a las que no hemos vuelto nunca./ Pensaba que lo iba comprendiendo,/ que me iba liberando del enigma./ Pero estaba muy lejos de saber/ que yo no me libero. Me libera la muerte,/ permite, indiferente,/ que me vaya acercando hasta alguna verdad./ Inexplicablemente, esto me ha emocionado”.