Fiscal del juicio a las juntas militares responsables del último golpe de Estado en Argentina con la complicidad de civiles
En el marco de la celebración del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, cabe recordar a Julio César Strassera, abogado y Fiscal del Juicio a las Juntas, proceso judicial llevado a cabo en el año 1985 a instancias de los decretos firmados por Raúl Alfonsín que, por primera vez, sentó en el banquillo de los acusados a los responsables militares de un golpe de Estado.
Quizás pocos saben dónde nació o el dato se pierde en la inmensidad del accionar propio del hombre que, denominado “un héroe sin bronce”, convertido en fiscal, cargó sobre sus hombros el juicio más importante de la historia argentina.
Julio César Strassera nació en Comodoro Rivadavia, un 18 de septiembre de 1933 y es recordado por haber estado a cargo de la fiscalía en el juicio en el cual resultaron condenados por violaciones de derechos humanos algunos integrantes de tres de las cuatro juntas militares que gobernaron la Argentina durante la dictadura autodenominada Proceso de Reorganización Nacional.
Más allá de su cuna comodorense, cabe recordar que junto al fiscal Strassera colaboró, como fiscal adjunto, Luis Moreno Ocampo, y que ambos utilizaron como base probatoria del juicio a los militares el informe “Nunca más” realizado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep), creada por Raúl Alfonsín el 15 de diciembre de 1983 y presidida por el escritor Ernesto Sábato.
“Sin un mango”
Algunas anécdotas relatadas en el libro “Los hombres del juicio”, del periodista Pepe Eliaschev, demuestran la calidad de persona de Strassera y entre ellas, resaltan por ejemplo que tanto a Bernando Neustadt como a Víctor Hugo Morales, no les concedía entrevistas por “estrictas razones de buen gusto” o, según se recuerda en el libro, los momentos difíciles que transitó con la Iglesia al destacarse que “durante el juicio colaboraron todas las embajadas, menos una, la del Vaticano. Un día se entrevistó con el nuncio Pío Laghi que le apuntó con el dedo a su nariz y le dijo: “Tenga cuidado, Strassera, porque esto se le va a dar vuelta”.
Se recuerda también que en una sola oportunidad fue a ver a Alfonsín antes del juicio a los militares porque había recibido una insinuación de un funcionario respecto a que el gobierno propiciaba la confesión de los militares de sus delitos, a cambio de evitar las declaraciones testimoniales. Alfonsín le aclaró que de ninguna manera existían esas instrucciones, ni podrían haber partido de él y, sobre esa situación, Strassera recordó: “al despedirme me acompañó a la puerta y me dijo ‘Ah, quiero decirle una cosa doctor. Yo no tengo ninguna instrucción que darle, haga lo que usted quiera. Lo único que le pido es que no se vuelva loco’. Le digo: “Es tarde, presidente, ya me volví loco”.
Luego del Juicio, Julio César Strassera fue designado por Alfonsín como Embajador argentino para los Derechos Humanos en Ginebra; a pedido del entonces presidente Carlos Menem continuó en el cargo, hasta que renunció cuando éste dictó los indultos a los militares y cabecillas de las organizaciones terroristas, para regresar al país “sin un mango”. Fue entonces que el diputado radical por Santa Fe, Ángel D’ Ambrosio lo contrató como asesor y así pudo sobrevivir unos años.
Poco conocen la vida ejemplar de Julio César Strassera, el hombre que nació en la ciudad de Comodoro Rivadavia, hijo de María Dolores Fuentes y de Manlio Strassera -quien se desempeñó como empleado de YPF en los yacimientos petroleros-; fueron testigos de su nacimiento los señores Francisco Forselledo y Erico Van Buren, según surge de los libros del Registro Civil de la provincia del Chubut.
Dejo para terminar, su alegato final donde deja marcada a fuego y para toda la eternidad la frase “NUNCA MÁS”
Su alegato final en el juicio a las juntas:
Señores jueces:
Se ha probado durante este juicio la existencia de un plan criminal que no concluyó cuando fueron reemplazados los procesados Galtieri, Anaya y Lami Dozo. La crisis interna que produjo entre las autoridades del Proceso de Reorganización Nacional la derrota militar sufrida en las Islas Malvinas, no importó ningún cambio en las directivas dadas a raíz de la lucha contra la subversión.
Este proceso ha significado, para quienes hemos tenido el doloroso privilegio de conocerlo íntimamente, una suerte de descenso a zonas tenebrosas del alma humana, donde la miseria, la abyección y el horror registran profundidades difíciles de imaginar antes y de comprender después.
Dante Alighieri –en «La Divina Comedia»– reservaba el séptimo círculo del infierno para los violentos: para todos aquellos que hicieran un daño a los demás mediante la fuerza. Y dentro de ese mismo recinto, sumergía en un río de sangre hirviente y nauseabunda a cierto género de condenados, así descriptos por el poeta: «Estos son los tiranos que vivieron de sangre y de rapiña. Aquí se lloran sus despiadadas faltas».
Yo no vengo ahora a propiciar tan tremenda condena para los procesados, si bien no puedo descartar que otro tribunal, de aún más elevada jerarquía que el presente, se haga oportunamente cargo de ello.
Me limitaré pues a fundamentar brevemente la humana conveniencia y necesidad del castigo. Sigo a Oliva Wondell Holmes, cuando afirma: «La ley amenaza con ciertos males si uno hace ciertas cosas. Si uno persiste en hacerlas, la ley debe infligir estos males con el objeto de que sus amenazas continúen siendo creídas».
El castigo –que según ciertas interpretaciones no es más que venganza institucionaliza- se opone, de esta manera, a la venganza incontrolada. Si esta posición nos vale ser tenidos como pertinaces retribucionistas, asumiremos el riesgo de la seguridad de que no estamos solos en la búsqueda de la deseada ecuanimidad. Aun los juristas que más escépticos se muestran respecto de la justificación de la pena, pese a relativizar la finalidad retributiva, terminan por rendirse ante la realidad.
Podemos afirmar entonces con Gunther Stratenwerth que aun cuando la función retributiva de la pena resulte dudosa, tácticamente no es sino una realidad: «La necesidad de retribución, en el caso de delitos conmovedores de la opinión pública, no podrá eliminarse sin más. Si estas necesidades no son satisfechas, es decir, si fracasa aunque sólo sea supuestamente la administración de la justicia penal, estaremos siempre ante la amenaza de la recaída en el derecho de propia mano o en la justicia de Lynch».
Por todo ello, señor presidente, este juicio y esta condena son importantes y necesarios para la Nación argentina, que ha sido ofendida por crímenes atroces. Su propia atrocidad torna monstruosa la mera hipótesis de la impunidad. Salvo que la conciencia moral de los argentinos haya descendido a niveles tribales, nadie puede admitir que el secuestro, la tortura o el asesinato constituyan «hechos políticos» o «contingencias del combate». Ahora que el pueblo argentino ha recuperado el gobierno y control de sus instituciones, yo asumo la responsabilidad de declarar en su nombre que el sadismo no es una ideología política ni una estrategia bélica, sino una perversión moral. A partir de este juicio y esta condena, el pueblo argentino recuperará su autoestima, su fe en los valores sobre la base de los cuales se constituyó la Nación y su imagen internacional severamente dañada por los crímenes de la represión ilegal…
Los argentinos hemos tratado de obtener la paz fundándola en el olvido, y fracasamos: ya hemos hablado de pasadas y frustradas amnistías.
Hemos tratado de buscar la paz por la vía de la violencia y el exterminio del adversario, y fracasamos: me remito al período que acabamos de describir.
A partir de este juicio y de la condena que propugno, nos cabe la responsabilidad de fundar una paz basada no en el olvido sino en la memoria; no en la violencia sino en la justicia.
Esta es nuestra oportunidad: quizá sea la última.
(…)
Señores jueces: quiero renunciar expresamente a toda pretensión de originalidad para cerrar esta requisitoria.
Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino.
Señores jueces: «Nunca más».