Después de la multipremiada «Sobre las nubes», retrato coral de personajes y empleos en estado de precariedad, Aparicio presenta una película que erosiona las fronteras entre arte y realidad, y que es al mismo tiempo un ensayo sobre la creación y una ficción sobre un montajista en crisis.
En el documental François Truffaut, une autobiografie (2004) de Anne Andreu, el director de la nouvelle vague reflexiona sobre su película definitiva sobre los muertos. «Como la mayoría de mis películas, La habitación verde es una película sobre los sentimientos, pero en este caso los sentimientos que nos unen a los muertos. Sobre la fuerza de los recuerdos, sobre la necesidad o no de olvidar. Es una variante del tema del amor. Contrariamente a lo que nos enseña la sociedad o la religión, creo que podemos tener relaciones con los muertos tan fuertes o agitadas como con los vivos. Podemos detestar o amar a un muerto, enojarnos o reconciliarlos con él». Las frases de Truffaut gravitan sobre las de Julien Davenne, su personaje en La habitación verde (1978), un escritor de necrológicas en la Francia de entreguerras que se niega a olvidar a sus muertos. Los celebra y los honra con infinitas velas que enciende día a día en una capilla abandonada. Un altar de los muertos, como el nombre del cuento de Henry James que dio origen a la película. Y el cine como el último refugio de esa memoria, un teatro de la inmortalidad donde las velas son reemplazadas por los fotogramas que nunca olvidan a los que ya no están.
El cine y la muerte también sobrevuelan la última película de la directora María Aparicio, que se estrena el viernes en el Malba después de pasar por festivales como Marsella, Gijón, Valdivia y Mar del Plata. Un ensayo documental sobre la creación, una obra de ficción sobre una montajista en crisis. Pero, también, una película que asume el revés de su hechura, que erosiona las fronteras entre el arte y la realidad. Después de la multipremiada Sobre las nubes(2022), retrato coral de personajes y empleos en estado de precariedad, Aparicio se concentra en la misma materia del cine, desde la reflexión hasta el quehacer concreto, recorridos ambos que se enlazan, se entrecruzan. “Todo lo filmado tiene destino de archivo”, explica Eva (Eva Bianco) a sus alumnos, y luego en su mesa de edición revisa los retazos de una película sobre la ceguera. Fragmentos de testimonios en off, registros en super 8 de una ciudad anónima, imágenes de patitos de juguete, árboles verdosos, cielos que se tornan grisáceos y granulados como la propia textura del material manipulado. El montajista como un demiurgo de sentidos, un dios invisible que protege a esos muertos de su extinción.
Como la película de Truffaut, Las cosas indefinidas también empieza con un funeral. En la ciudad de Córdoba, Eva asiste a la despedida de su amigo Juan. En esos días posteriores a su repentina partida, Eva intenta reacomodarse a su vieja rutina. Sin embargo, durante una clase frente a sus alumnos, anuncia un receso y luego desaparece sin dar aviso. Camina por las calles, observa a los transeúntes, compra algunas flores que coloca frente a la ventana. Hay un disco rígido que contiene el último material de Juan, un registro en bruto para un cortometraje, ideas para una página web, trabajos de sus alumnos. Eva posterga el descubrimiento de ese contenido como si demorara a un fantasma en su aparición, un poco por miedo, otro por incierta fascinación. Quien la acompaña con paciencia y cálida contención es su ayudante de cátedra en las clases y asistente en la sala de montaje. Rami observa con atención su esquivo ánimo, atiende a sus reflexiones sobre la profesión, escucha el relato de sus sueños cuando se pueblan de fantasmas. ¿Qué le diría a Juan si regresara? ¿Qué homenaje podría reparar esa pérdida? ¿Editar su corto, terminar de armar su página web, exhibir sus películas como gesto insistente de inmortalidad?
Mientras tanto, ambos editan una película sobre la ceguera. Revisan testimonios de no videntes que relatan su experiencia del mundo, los colores, las sensaciones. El dilema que los invade es si el tema será el protagonista, o si lo serán sus personajes los protagonistas. Eva no se decide, parece haber perdido el interés en su profesión, el pulso creativo del montaje, invadida por cierto cinismo y apatía. Los días pasan, la rutina de las clases y el montaje se repite, Eva se distrae en una proyección en el Cineclub Hugo del Carril, toma un negroni con sus amigos mientras escucha a una cantante en vivo, las flores se marchitan en su florero. ¿Cuál será esa secreta unión entre el cine y la resurrección de los muertos?
La directora de la película sobre la ceguera es la propia María Aparicio. Ramiro Sonzini interpreta a Rami, el asistente de Eva, pero también es crítico de la revista La vida útil y el editor de Las cosas indefinidas. Eva Bianco es la actriz recurrente de la obra de Aparicio: la maestra Julia de Puerto Pirámides en Las calles (2016) y la enfermera Nora, entusiasmada con un taller de teatro, en Sobre las nubes. Otras películas desfilan en la historia: el documental de dos directoras que ofrecen un trabajo de montaje a Eva; Las damas del bosque de Bolonia (1945) de Robert Bresson, que asoma a partir de un párrafo sobre los pasos en el cine; el cine del documentalista cordobés Pablo Baur, recientemente fallecido, a quien está dedicada Las cosas indefinidas; La habitación verde a la que evoca el texto sobre los muertos del crítico José Miccio que cita Rami: «Ya nunca viviremos igual después de nuestros muertos. No hay otra cosa así de cierta».
Cuando Julien Davenne le muestra a su discípula Cecilia, interpretada por una jovencísima Nathalie Baye, la capilla que ha destinado a todos sus muertos, la hace depositaria de un legado. «Ahora los muertos tienen un lugar para ellos. Esta antigua capilla ya no será un lugar de reposo, sino un lugar de vida. Cuando desaparezcamos, estas llamas seguirán brillando al ritmo del corazón humano. Ninguna debe apagarse». «¿Todos esos retratos que visten la capilla son de personas que has conocido?», le pregunta Cecilia. «Claro, son mis amigos desaparecidos». En la pared vemos algunos de los actores –todavía vivos– que habían pasado por el cine de Truffaut, como Jeanne Moreau u Oskar Werner, músicos como el autor de la banda sonora de la propia película, Maurice Jauvert, pero también escritores como Guillaume Apollinaire o Henry James, en un claro gesto de ruptura entre ficción y realidad. Es ese gesto el que Aparicio hace propio y actualiza frente a un mundo que descarta lo analógico o lo celebra como fetiche, desprecia lo muerto como descartable. Su cine, como el de Truffaut, resiste el pulso de lo provisorio, la pendiente de la decadencia, apela a lo definitivo, a lo inmortal. Un cine lleno de la vida que los muertos nos dejaron para siempre.
Las cosas indefinidas se exhibe durante todos los viernes de mayo en el Malba, Av. Figueroa Alcorta 3415. A las 20.