Se puede ver en la galería ArtexArte hasta fines de mayo
Se trata de una composición que abarca una amistad pero también una mirada con afinidades, configuradas a lo largo del tiempo, sensibilidades y atenciones en busca de simpleza y belleza. Ciento sesenta fotos en blanco y negro que dialogan y reflejan soledades, amores y dolor.
“El amor, mi madre solía decir, es lo único que cuenta en este mundo. El amor verdadero, solía agregar, para evitar cualquier malentendido”. Podría empezarse por esta frase de John Berger, anotada en una de las paredes de Arte x Arte, donde por estos días está a la vista Conversación sin fecha, la emocionante muestra compuesta por el fotógrafo argentino Marcos Adandía, nacido en 1964 en Valentín Alsina, y el maestro Bernard Plossu, nacido en 1945 en Vietnam aunque criado desde chico en Francia. Se trata de una composición que abarca una amistad pero también una mirada con afinidades configuradas a lo largo del tiempo, sensibilidades y atenciones en busca de simpleza y belleza. “Si yo hago una fotografía espectacular es que me equivoqué”, suele decir Plossu. “Entre todas las personas que conozco, él es quien más alejado está del espectáculo”, dice Adandía. “Él fotografía lo simple, las cosas que otros fotógrafos no miran, no retratan, no buscan”.
Plena noche, un rayo en picada sobre la cima de un monte en Santa Fe, Estados Unidos, 1983: la foto de Plossu; una humareda blanca sobre el perfil de una sierra cordobesa, un amanecer de 2003: la foto de Adandía. Árboles y construcciones entre la niebla, una muchacha que duerme acurrucada sobre el pasto y otra que corre antecedida por su sombra, chisporroteos nocturnos de celebraciones y cortocircuitos, refugios rústicos y solitarios en una playa o en un descampado, tríos de pibitos de escuela que corren casi que acompasados. Una golondrina de Plossu en pleno vuelo y cruce de calle en un pueblo andaluz y un caballo blanco de Adandía que está a punto de cruzar una ruta justo antes de una curva, en otra noche cerrada. Los rayos de sol que entran por las ventanas y trabajan las cosas, los relieves. Un Gordini blanco en un suburbio de Buenos Aires, 2005, y lo que parece un Fiat 1500 en Nueva Delhi, 1980. La compañera de Plossu y su hijo en brazos mirando a cámara desde la borda de un barco, el agua y una colina al fondo, y la compañera de Adandía y su hijo en brazos que miran hacia otra colina, de espaldas a la cámara, a la par de los brazos largos de un cactus enorme. Las 160 fotos elegidas para la muestra están en blanco y negro y eso también refuerza la entrada a otra dimensión, a otra cadencia: Arte x Arte está en Villa Crespo, a unos pocos metros del caudal de la avenida Córdoba, y el frenesí, el desquicio espástico de estos meses, queda suspendido por un tiempo. ¿Eso cuánto es? Incalculable.
“Como Robert Frank o Josef Koudelka, Bernard Plossu es uno de nuestros maestros”, dice Adandía en la terraza de la galería; llegó esta tarde desde su casa en Lobos, provincia de Buenos Aires, unos cien kilómetros al sudoeste. Adandía edita y publica desde 2005 la revista de fotografía Dulce Equis Negra: “Yo siempre veía sus libros y me comuniqué con él, de atrevido, para pedirle un dossier de sus fotos”, cuenta. “Siempre me propongo cruzar fotógrafos de peso con noveles, gente por ahí desconocida que está haciendo cosas buenísimas, con estos viejos que tienen obra, que llevan cincuenta años haciendo algo con coherencia, con un espíritu que se distingue. Porque hoy en día se le dice obra rapidísimo a todo, y cualquiera se dice artista. Él fue muy generoso, me dio libertad y publicamos unas treinta páginas con sus fotos, un despliegue, porque siempre sentí que la fotografía era más que la mera ilustración de algo, que se tejía con la poesía, la literatura, la literatura, la vida y la muerte. Le mandé la revista y a él le gustó mucho. Luego le fui mandando los números siguientes y me hacía unas devoluciones amorosas. Y me mandaba sus libros. Nos fuimos haciendo amigos”.
En 2010 Adandía fue invitado a mostrar su serie de fotos de las Madres de Plaza de Mayo al Festival de Arles, y como Plossu vive cerca de allí lo invitó a pasar unos días en su casa. “Todavía vivía su esposa, Françoise, que también era buena fotógrafa, y mejor no me pudieron tratar”, cuenta Adandía. “Fui con mis dos hijas: a mí nunca me sobró el dinero como para moverme así, entonces me hicieron todo fácil”. El anteaño pasado Françoise Núñez, la madre de sus hijos y la mujer de toda su vida, murió. “Crucé un par de correos con él y lo sentí mal, mal, como para suicidarse”, dice Adandía. “Hablé con un par de amigos de él y también, lo veían mal. Algo tenemos que hacer, dijimos con mi mujer. Así que le propuse hacer en la revista un homenaje a Françoise, que era una persona alucinante, seria, con buena ideología y cabeza. Aceptó, y yo calculé que al menos lo iba a tener entretenido dos o tres meses. Pero él entendió que sería un número entero dedicado a ella, y aunque yo casi lo tenía armado con otras cosas, ¿cómo iba a decirle que no?” Así estuvo casi un año armándolo, convocando a amigos, fotógrafos, pintores, poetas. “Salió un número rarísimo que se llamó Françoise y Bernard; en términos editoriales no sé si cumple lo que buscaba, pero a mucha gente le gustó: es sobre el amor, la familia, la muerte y la continuidad después, el espíritu… algo que a él, como europeo, le cuesta más pensar”. A Gastón Deleau, coordinador de Arte x Arte, el número le encantó y entonces se fue hasta Lobos en la Navidad de 2022: “Quiero hacer una muestra que sea una conversación entre vos y Plossu”, le propuso. A Marcos al principio le dio pudor. Bernard aceptó y lo invitó a trabajar a su casa. Y aquí estamos.
“Todo lo que yo había mostrado, a lo que le ponía atención, estaba relacionado con el dolor. Así que esta muestra pude mostrar otras fotos mías”. Adandía cuenta de un padre laburante, panadero, huérfano, con el que no se hablaban. De un primo detenido durante el final de la dictadura y de su acercamiento a militar primero en el Partido Intransigente y luego en Todos por la Patria; tres meses antes de La Tablada había tomado distancia, pero en los sucesos de aquel enero de 1989 vio a sus amigos y compañeros masacrados. Se refugió en las afueras de Bariloche: “Me había peleado con el mundo y con la vida, no quería hablar con nadie. Si no hubiese nacido mi primera hija, yo no sé si no me mataba”. Se las arreglaban muy precariamente, vendiendo cosas a los ponchazos, cuando se infartó su padre: “Al morir tenía en la mano una foto que le había mandado, en la que estaba con mi bebé aúpa”. Alcanzó a llegar al entierro: “Para mí fue un peso terrible”. Como su madre estaba mal se volvió a Buenos Aires en 1993; entró como fotógrafo a la agencia Noticias Argentinas (trabajaría allí 22 años) y al poco empezó un taller con Adriana Lestido. “Ahí recuperé la palabra, y sentí que la fotografía servía para exorcizar cosas internas, para llorar lo que había que llorar, para cauterizar heridas”. Enseguida arrancó con su serie de fotos a Diana, una travesti a la que sus padres habían echado de su casa por homosexual, que enfermó de sida: “Fue tremendo todo ese proceso, porque ella estaba muy mal. Cuando murió, en el Muñiz, me entregaron el cuerpo a mí”. Guardó las fotos hasta que el fotógrafo Gabriel Díaz le dijo que ese trabajo no podía quedar allí, que tenía que editarlo, copiarlo, darle su sentido. “Y ahí sentí que me había acercado a esa línea con la muerte porque necesitaba entender algo, conversar, estar cerca de los que no había estado cuando se fueron. Diana me ayudó a llorar lo que de otra manera hubiera sido una enfermedad, o depresión, o angustia”.
“En paralelo a mi trabajo con la memoria, con las Madres, con los escraches de Hijos, uno que es fotógrafo anda haciendo fotos de todo, de la familia, de los viajes, de lugares y emociones, de los sentimientos”, sigue Adandía. “Un cuerpo de miles de fotos al que no sabía qué destino darle”. Seleccionó unas trescientas y desembarcó en la casa de Plossu, que le puso su archivo digital a disposición: “Era una carpeta con cientos de carpetas adentro, todo organizadísimo: ahí está su viaje mexicano, o el de California en los años ‘60, fotos de España, de Roma, de París”. Trabajaba temprano, armaba quince pares de fotos y se las mostraba: “Por ahí me decía que no a todas. Él tiene una visión muy sutil, fina, de esas relaciones. Algunas para mí eran inequívocas: ‘¿Cómo que no?’ Y ahí entonces él se explayaba y siempre me enseñaba algo. Las fotos de esa carpeta, unas once mil, editadas, muchísimas inéditas, eran alucinantes. Él es muy simple al fotografiar. Y cuando quiere profundizar, lejos de complejizar, va más a la simpleza”. A veces Plossu veía alguna foto de Adandía y asociaba una propia. “La primera foto de la muestra es Françoise descalza, lavando la ropa, y vos decís ‘qué le voy a poner al lado, si es un ícono de la historia de la fotografía’. Pero él vio la foto de Clari, mi mujer, que está arreglando el barrilete de Juanito, mi hijo, en el campo, y dijo ‘esta va perfecto’. Un gesto de generosidad total”.
A la par de la muestra, entre Arte x Arte y Dulce Equis Negra coeditaron un libro precioso. Anota Adandía, en un escrito de apertura: “En las manos de un sueño habita lo infinito, el destino de lo que amamos, y no dejo de mirar esta experiencia con la esperanza de que cerca del mar se abra una ventana para el descanso de la madre. Todo el universo de la infancia grabado en luz. Si el tiempo es ilusión la fotografía lo sabe”. Años atrás durante una caminata, en Marsella, asistió a cómo Plossu fotografiaba: “Seguía con la misma cámara que usaba en los ’60, una Nikon F2, un mamotreto antiquísimo. Un lujo verlo: te juro que es único. Había situaciones con la luz, al mediodía, que vos decías: imposible. Hacía un cuadrito por escena, ni dos ni tres; a veces ponía en foco y a veces ni siquiera. A veces desde la fotografía está la idea de cazar algo, de poseerlo: él sale más bien a conversar con lo que está ahí. Es simple y parece fácil. Pero andá a hacerlo”. Plossu, que entre otros ha recibido el Premio Nacional de Fotografía en Francia, dice en una entrevista que si una mosca lo mirara desde arriba observaría que su itinerario es azaroso, que no responde a ningún patrón específico: “El cuerpo va, todo el tiempo. Es el tiempo el que te trae la foto. Y cuando llega la foto, es la foto que te haces a ti mismo, y no eres tú el que la haces a ella, a la foto”.
Dice Adandía que sus fotos necesitan la sustancia del tiempo, la maduración, la meditación del entendimiento, ser mil veces vistas para que sobrevivan. Que quizás a 20 o 25 años de hechas puedan mostrarse, y que al verlas pueda decirse que está en paz, que no buscó hacer trampas, que en ellas pasa algo más. “En algún momento de la noche, de la tarde, de la mañana hice estas fotos, en un viaje que me inspiró algo y ni siquiera sé qué. Y tampoco quiero darle tanta importancia a esto: es como la necesidad de respirar, de hacer algo que sirva como de consuelo para la violencia y que uno sufre en este mundo de injusticia y angustia. Me hizo bien hacer esto, porque de alguna manera le di un lugar en mi vida a cosas que miro de la manera en que las miro, cosas que amo y no me remiten al dolor. Es un regalo haber podido copiar y editar este encuentro con mi maestro”.
Conversación sin fecha, de Bernard Plossu y Marcos Adandía, se puede ver en Arte x Arte, Lavalleja 1062. De lunes a sábados, de 15 a 20, hasta el 24 de mayo. Gratis.
Fuente: Página 12