Un singular edificio de 900 m2, pensado por el arquitecto uruguayo que murió en 2023, alberga un centro de arte; se inauguró con una muestra de Vivian Suter y fue construido con ayuda de maestros pedreros de Perú
JOSE IGNACIO, Uruguay.- La entrada a esta península de piedra ya no es la misma. A casi un año de su inesperado fallecimiento, un edificio para la cultura que pensó Rafael Viñoly se impone al visitante de José Ignacio, rindiendo homenaje al uruguayo universal y ratificando que este pueblo de encanto se ha convertido en un lugar confortable para el arte.
Los abogados Virginia Cervieri y Pablo Monsuárez -que comparten vida, estudio profesional y amor por el arte- son los dueños e impulsores del proyecto. La Fundación Cervieri-Monsuárez abrió sus puertas a comienzos de este mes. Lo hizo con la muestra Painting as being(Pintar como ser) de la artista argentino-suiza Vivian Suter.
Nadie puede permanecer indiferente, ni aún en la saludable distracción de las vacaciones, al sello más personal y perturbador del edificio que Monsuárez define como “un animal prehistórico que emerge de la península”: su pared principal, construida con casi 500 piedras.
Junto a la rotonda de entrada al pueblo, esa pared traza de nuevo el paisaje. Es curva y se inclina hacia adentro del terreno. “El hecho de que ese paredón no sea vertical abre las vistas hacia la playa, hacia el mar”, explica Román Viñoly, director de Rafael Viñoly Architects.
El proceso creativo por el que se logró el paredón provoca un singular interés cultural y narrativo. “La forma debía ser cuasi geológica. Rafael pensó que este enorme paredón de granito tenía que ser trabajado con el método tradicional de los incas, lo que permitiría generar bloques grandes con juntas muy nítidas, que atraen la atención”.
La piedra uruguaya que se utilizó provino de la cantera de Jesús González, que destinó al proyecto el frente de una cantera entera, lo que permitió que la piedra fuese uniforme. Después, 22 maestros pedreros especialmente contratados para el proyecto vinieron a Uruguay desde Perú.Descendientes directos de quienes crearon las construcciones en Potosí y en Cuzco, hicieron realidad la idea original.
“Rafael decía que José Ignacio es, fundamentalmente, piedra. Él pensó una pared de piedra (no una pared conpiedra) -dice Cervieri-. Respetamos 100 por ciento lo que él dibujó”.
Neutral y flexible
Una vez adentro del edificio, al que se ingresa por una puerta de hierro de 6 metros de alto realizada en Paysandú, la pared que en el exterior genera atención se convierte en un telón de fondo neutral, con casi inexistentes limitaciones funcionales. Es el resultado de lo planeado por Viñoly: “La flexibilidad y la neutralidad que requiere un espacio que pretende albergar una infinita variedad de producciones artísticas”, explica su hijo.
Frente a los grandes lienzos de Suter, a cuya merced está la luz indirecta del edificio, Virginia Cervieri explica que la Fundación “no es un museo ni es una galería. Es un espacio de arte”. Aquí, las obras pueden verse en la sala principal pero también desde otras perspectivas, subiendo las escaleras, donde un balcón vidriado permite otro contrato temporal del observador con el color y las texturas.
Cervieri y Monsuarez están impresionados con la cantidad de visitantes y el interés que genera su espacio. “No tenemos ánimo de lucro, para nosotros es una apuesta al arte, algo que pudimos hacer con esfuerzo, y también porque en Uruguay existen las facilidades que otorga la COMAP (Comisión de Aplicación de la Ley de Inversiones)”. Esperan poder traer cada verano una muestra de envergadura, y contribuir durante todo el año a la difusión de la obra de artistas uruguayos y de otros países de Latinoamérica, haciendo honor también a su colección particular, en la que intervienen los curadores Martín Craciun y Martin Pelenur.
El año próximo, estiman que ya habrá un bar en el rooftop, donde también imaginan a los visitantes caminando entre algunas esculturas mientras disfrutan esa parte del espacio exterior, cuyo paisajismo estuvo a cargo del Estudio Bulla.
Sobre la obra arquitectónica, que aún no está terminada, Román Viñoly cuenta que “en la terraza habrá una gran plantación que le dará a esta forma escultural del edificio un toque orgánico verde, lo que hará que parezca como extraído de Machu Pichu. El hecho de que esta pila de piedra tenga arriba un mini bosque fue la intención originaria de papá”.
Hasta Semana Santa, la muestra de Suter -con curaduría de Emiliano Valdés, curador jefe del Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM)- seguirá exhibida con entrada libre y gratuita, con obras producidas por la artista en Panajachel, junto al lago Atitlán, en Guatemala y algunas de las que el Museo Centro de Arte Reina Sofía presentó recientemente en Madrid.
Llegarán con los días otras muestras, y la obra arquitectónica se convertirá en una presencia ineludible del lugar. “Va a ser un fondo icónico de José Ignacio, la gente se va a sacar fotos con la perspectiva hacia la playa”, se entusiasma Román Viñoly, seguro de que con el paso del tiempo los horneros harán allí sus nidos y crecerá el musgo, por lo que la obra de su padre será cada vez más entrañable, integrada a la naturaleza de un lugar privilegiado.
Por Valeria Shapiro
La Nación