(…)De repente te agradezco y te confieso mi milagro, cuando me doy cuenta que abrazás mis heridas sin ningún miedo a que se te claven mis espinas. Eso sí es saberse bien amado.
Ver como te comés mi veneno sin miedo a contagiarte, solamente para que mi propio trago me resulte menos amargo.
Eso es que te quieran con el pecho abierto, sin guantes en las manos, aceptando la simpleza de asumirme flor y tierra.
Cielo y barro.
Haciendo lo que puedo con lo que la vida hizo conmigo y también y porqué no, lo que yo hice con ella.
A veces, siendo capáz de todo y otras veces, sin ganas de latir ni siquiera a tu lado.
Eso es que te quieran bien.
En lo que soy y en lo que no puedo llegar a ser.
Ni hoy. Ni mañana. Ni quizá nunca.
Querer bien.
En silencio, con la queja en el bolsillo y sin pedirme nada a cambio.
Sos la suerte que tengo.
La incondicionalidad que me regaló el destino. La casualidad hermosa de habernos mirado y no sólo habernos visto.
La inocencia de tu amor sublime, de elegirme entera en cualquiera de mis dos lado. (…)