La obra de la reconocida artista chilena, que se presentó en el Malba, tuvo también su correlato poético en distintos rincones de la Ciudad de Buenos Aires
Probablemente alguien se haya sorprendido con la acción poética en las calles de Buenos Aires, cuando aparecieron unos carteles compuestos por la superposición de hojas A4 que tenían apenas un par de palabras o una frase breve y, jugando con el tamaño y la tipografía, se rompían para formar nuevos sentidos. Los carteles no llevaban firma, pero recordaban la obra de la poeta y artista visual chilena Cecilia Vicuña.
Es lo que ella hacía en PALABRARmas (El imaginero, 1984): jugaba con los significados, los sentidos y las valencias. “FUnda el ENTE”, “ALIado del viENTO”, “PERmite el DÓN”, “sol i dar i dad”. PALABRARmas era un manifiesto poético desde el que Vicuña convertía a las palabras en armas de rebelión. Uno de los poemas de aquel libro decía: “Las palabras deseaban hablar / y escucharlas fue la primera labor”.
Quizá aquellos carteles de la calle hayan sido un homenaje a Vicuña. O quizás haya sido una recreación que hizo ella misma, a instancias de la muestra que se presentó en el Malba entre diciembre y febrero. Con la curaduría de Miguel López, “Soñar el agua. Una retrospectiva del futuro (1964-…)” reunió bajo unas 200 obras de la artista, incluyendo dibujos, pinturas, afiches, registros de murales de tiza, volantes, improvisaciones orales y libros originales.
Cecilia Vicuña, trasandina
Vicuña (Santiago de Chile, 1948) nació en una familia de artistas e intelectuales de izquierda que mantenían un lazo permanente con la Argentina. Habían vivido un tiempo el exilio en el país y luego, cuando la Revolución Libertadora volteó a Perón, les dieron cobijo a Cámpora y Cooke, entre otros.
A mediados de los años 60, antes de que cumpliera veinte, Vicuña comenzó a hacer obras escultóricas con desechos, e instalaciones que iban a fundirse o perderse en la naturaleza. Su trabajo explora la creatividad desde el minimalismo a la vez que se propone como una resistencia indígena, feminista y ecológica. “Contrarrestando una amnesia impuesta culturalmente, Vicuña nos recuerda nuestro parentesco con el mundo natural, reconociendo tanto el peligro inminente como la posibilidad generativa”, escribió sobre ella Elianna Kan, académica de la Universidad de Columbia, en la revista norteamericana especializada en arte Bomb.
Sabor a mí, su primer libro de poemas —un libro objeto, en realidad iba a ser publicado por la editorial de la Universidad Católica de Valparaíso, pero tras el golpe de Pinochet y lanzaron el original al mar. Ese libro y la censura se ha vuelto una presencia fantasmática que vuelve una y otra vez. Consiguió que se publicara en Londres con un poema sobre Salvador Allende y una ilustración de Violeta Parra. Recién en 2007 se publicó en Chile, gracias a una edición de la Universidad Diego Portales.
La conexión argentina se hizo presente de nuevo mientras ella vivió en el exilio. En 1980 conoció en Nueva York al artista César Paternosto, con quien se mudó a la semana de conocerse, y con el regreso de la democracia en el país se mudaron a Buenos Aires. Es aquí donde traba relación con los poetas y artistas más destacados del momento: desde Olga Orozco hasta Leda Valladares, pasando por Néstor Perlongher, Leopoldo Brizuela, Tamara Kamenszain, Reynaldo Jiménez —que era peruano pero vivía en Argentina—, etc. Es una época de gran producción para Vicuña, con libros, publicaciones en Xul, Tsé Tsé yDiario de poesía, y performances en diferentes lugares; se destaca la que hicieron con Valladares en Purmamarca.
Es extensa la lista de países en donde Vicuña: Estados Unidos, España, Países Bajos, Inglaterra, Francia; por supuesto Chile y Argentina, muchos más. Para dar una muestra cabal de su relevancia, tal vez alcance decir que sus obras están en la Tate Gallery de Londres, el Guggenheim y el MoMA de Nueva York, además del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y el Museo Nacional de Bellas Artes, en Santiago.
La precariedad de lo permanente
En 2020, Malba Literatura inició una colección que recupera el trabajo de importantes mujeres en la poesía y el arte. En el marco de la exposición “Constelaciones”, de Remedios Varo, han publicado la correspondencia entre ella y Kati Horna, y cuando se realizaron las jornadas dedicadas a Juana Bignozzipublicaron un dossier sobre esta poeta, fallecida en 2015.
A esa colección se agrega ahora un nuevo dossier digital de 65 páginas dedicado a Vicuña, que estuvo a cargo de Magdalena Arrupe. Cecilia Vicuña Trasandina, tal el nombre del volumen, se puede descargar de forma gratuita desde la web del museo. El libro contiene una introducción breve pero esclarecedora de Arrupe, una hermosa memoria de Vicuña sobre su relación con Buenos Aires —que es a la vez rito de paso, historia de amor con la ciudad y fresco político de la región—, un ensayo crítico de Gerardo Jorge y una treintena de páginas con una selección de poemas dePALABRARmas (1984), i tu (2004) y Libro Venado (2022), editado justamente por Jorge.
“Lo precario de Cecilia Vicuña”, escribe Gerardo Jorge, “no es apenas lo pobre, las caquitas, las basuritas —como a ella le gusta llamarlas— que recoge en cordones y orillas para hacer mínimas esculturas. También es lo no categorizado, lo que ‘no es’ porque está fuera de código, porque es ‘menos’ que alguna forma al uso. Puede ser una acción rara, algún tipo de brujería o cualquier objeto que exhiba un rasgo de indeterminación. Pero lo precario no es la imagen pintoresca; es una manera de estar con y entre las cosas, con y entre los cuerpos, un modo de reconocerse en lo histórico, en lo material y más allá. Precaria es la manera del ser que emerge, que no ostenta ni reclama categorías, que se abre, que cambia. Precaria es la desnudez”.
Por Patricio Zunini
Fuente: Infobae