El Museo Etnográfico de Santa Fe, junto a la Escuela Mantovani, la UNL y diversos emprendedores, dieron vida al evento “Cultura Viva”. Entre las propuestas, tuvo lugar el conversatorio sobre los primeros pobladores del territorio santafesino.
¿De dónde venimos?, la pregunta filosófica que alguna vez nos realizamos todos llegó a los puntos culturales de la ciudad de Santa Fe. Durante la tarde del viernes, el Camino de las Tres Culturas se vio plagado de una multitud dispuesta a conocer sus raíces y recordar a aquellas tribus que alguna vez habitaron nuestro territorio.
Con música local en vivo y propuestas arqueológicas, científicas y artísticas, los santafesinos pasearon entre las ferias, los puestos de comida y las diversas actividades que ofreció el evento de Cultura Viva.
Entre las muestras, surge la inquietud de conocer nuestra historia, quiénes poblaron el vasto territorio santafesino antes de la llegada de los españoles. La respuesta nos la da Gabriel Cocco, arqueólogo del Museo Etnográfico, junto a Juliana Frías y Tusi Horn, ceramistas de la ciudad, durante el conversatorio sobre los Chaná-Timbú.
De todos los misterios que quedan por desenterrar, uno de los más presentes son las “campanas Chaná-Timbú” o “vasos campanas”. Estas piezas, sin aparente utilidad, albergan una cuestión espiritual intensa e indescifrable para los arqueólogos e historiadores.
Los vasos campanas, como lo llaman comúnmente, son piezas diseñadas por “los primeros poblados del territorio santafesino”, explica Gabriel Cocco. “Eran grupos recolectores, cazadores y agricultores que vivían en los ambientes fluviales”. Desde hace aproximadamente 2500 años, hasta la llegada de los españoles, estos grupos habitaban la zona del Paraná Medio y fueron los primeros en elaborar cerámicas con la característica principal de representar animales.
El simbolismo profundo de estas piezas deviene de una falta de saber. Existen diversas teorías sobre para qué eran usadas: conservar el fuego, sahumar o ritualizar. Esta última es la que más resuena gracias a Blas Jaime, el último descendiente Chaná, oriundo de Entre Ríos, que aún conserva la lengua indígena, y que ha trabajado incansablemente para difundir las raíces perdidas tras la colonización.
Blas Jaime cuenta que los pájaros, cualquiera fuera su especie, eran animales “bien vistos” y simbólicos por su capacidad de advertir del peligro, tanto hablando (como el loro) o guardando silencio. De esta idea, nace la leyenda de un guardia demasiado charlatán que por distraído olvidó avisar de un ataque al pueblo. En consecuencia, Dios lo castigó convirtiéndolo en loro. Sin embargo, los Chaná creían que “el espíritu era algo eterno, seguía vivo; pero la parte del alma ya no le pertenecía más”. Para evitar que estos espíritus molestaran a los vivos comenzaron a enterrar a sus muertos con “vasos campanas” con forma de loro. Así, los muertos se distraerían hablando con los loros y evitarían molestar a los vivos.
Esta historia, difundida por el último descendiente Chaná conocido, se conecta profundamente con el territorio que habitamos hoy. “De estas sociedades lo que no tenemos es el mundo simbólico, todo eso se perdió. Estas piezas son únicas, no existen en otro punto del país, son características de nuestra zona”, comenta Carlos, y agrega que “existen muchos prejuicios sobre los primeros habitantes, se dice que no tenían un mundo simbólico y estas piezas nos hablan de su forma de pensar y la representación personal”.
Fuente: El Litoral