La obra protagonizada por el periodista y escritor Cristián Alarcón suma un noble propósito: el lunes 11 tendrá una función especial a beneficio de Anfibia, cuya redacción se quemó esta semana
Hay cosas que para que se sientan a fondo sólo hay que contarlas. Así que acá va: cuando tenía seis años, en Chile, la mamá de Cristian Alarcón lo encontró vestido con ropa de ella y, para curarlo de lo que sospechaba, lo sometieron a dos años de inyecciones de testosterona. A ver si lo sacaban bien machito.
Cristian Alarcón hoy tiene 53 años, vive en Buenos Aires, publicó varios libros, ganó el Premio Alfaguara 2022, de novela, por El Tercer Paraíso. y es el director de la revista Anfibia, cuya redacción se quemó en la madrugada del martes pasado. Cristian es grandote, de pelo en pecho, y piensa que todo eso -lo grande, el pelo- es por la testosterona. De lo que la madre sospechaba, bueno, no lo curaron.
Con esa -terrible historia- Alarcón está haciendo una obra de teatro que dirige Lorena Vega, creadora de ese éxito entrañable que es Imprenteros, basada en una experiencia familiar. Pero Vega es una gran actriz y Alarcón es un periodista, así que el desafío de poner ese dolor sobre el escenario fue doble. Spoiler: salió bien.
Así que sin traicionar su madera de periodista, Alarcón ha investigado antes de actuar. Tiene todo tipo de datos sobre el tipo de tratamiento al que fue sometido: tira de los hilos hasta que uno lo lleva a los campos de concentración nazis, donde se les hacía a los homosexuales algo similar a lo que la familia le hizo a él por amor. El responsable de estos tratamientos era el doctor de las SS Carl Vaernet, quien luego de la guerra viajó -adivinen- a la Argentina. Y terminó como asesor de Ramón Carrillo, ministro de Salud de Juan Domingo Perón.
Esto, y más, cuenta un solvente Alarcón en el escenario del Teatro Astros, donde lo acompaña y los asiste deliciosamente el actor Tomás de Jesús. En el camino, cruzando el relato personal, los nombres americanos de las cosas y cómo un botánico sueco del siglo XVIII les puso nombre en latín a todas las plantas ya todos los animales. ¿Serían iguales, serían las mismas, las flores del jardín bonaerense de Alarcón si conservaran sus nombres originarios? La pregunta por naturaleza y cultura, lo que es y cómo se lo transforma atraviesa la obra y es claro que habla del universo para hablar de ese chico intervenido por la ciencia.
En este sentido, hay todo un capítulo dedicado a los naturalistas Alexander Humboldt y Aimé Bonpland, que entre 1799 y 1804 hicieron una expedición conjunta por América Latina recopilando datos, entendiendo, interpretando, contando a fondo ese mundo que para Europa era tan nuevo todavía. En la obra, Alarcón describe un romance entre Humboldt y Carlos Montúfar, un noble ecuatoriano que se unió a la expedición. “Lo sedujo”, dice Alarcón, que va de la Historia -donde lo de Montúfar y Humboldt se discute- al romance gay y las impresiones de un nene puesto en manos de la ciencia.
Aunque ya sabemos el final, los espectadores seguimos con ansiedad el relato del día en que los padres lo dejan solo en casa -porque él es tan tranquilo- y el chico se encuentra con todo el ropero a disposición y corre a ponerse ese vestido, a ajustarse el cinturón, a pintarse los labios, a verse princesa. En las butacas se nos agita el corazón cuando se oye cómo frena el auto de papá y cómo se acercan los tacos de mamá y el nene se apura a sacarse esa ropa delatora pero, ay, se enreda, cae, queda a la vista, entregado, a los ojos horrorizados de su madre. Nos sentimos derrotados.
De ahí, al médico, a poner el cuerpo, a absorber la hormona. El nene entiende. Más allá de la química, aprende a crecer varón, un varón austero, antiguo, que lee mucho y, misterio, tiene las novias más hermosas del colegio. Con los años el muchacho encontrará una mujer de la que se va a enamorar y con la que hará una pareja que durará seis años. Años felices, dice Alarcón. Hasta que el cuerpo manda y él sabe que quiere otra cosa y que la vida es ahora.
En el teatro hay música, hay proyecciones, está la conmovedora foto del ese Cristian chiquito, hay lectura y confidencia. Se ve la mano de Vega y la sensibilidad de Alarcón, capaz de mostrarse en cueros y de exponer la gran pregunta: ¿Cómo hubiera sido ese cuerpo, ese hombre, sin las inyecciones de testosterona?
* Las funciones se dan los lunes a las 20 en el Teatro Astros. Este lunes 11 a las 18.30 habrá una función especial a beneficio de Anfibia, cuya redacción se quemó esta semana. Entradas en la web del Teatro Astros.
Fuente: Infobae