Referente cultural de su época, la escritora norteamericana nació hace 150 años, el 3 de febrero de 1874; coleccionista de arte, fue figura de la literatura modernista
La escritora norteamericana Gertrude Stein (1874-1946), pionera de la literatura modernista y referente cultural de su época, fue también coleccionista de arte. Era una mujer de paso pesado y decidido; robusta y sólida; con una presencia que llamaba la atención y una voz de autoridad resonante y expresiva. Vital y curiosa, tenía algo de maestra autocrática de escuela y una personalidad que dominaba su colección. Así la describe el historiador de arte estadounidense, James Lord, en un perfil sobre ella en el libro Seis mujeres excepcionales (1994, Farrar Strauss Giroux) donde cuenta cuando la conoció en 1945. Hoy, a 150 años de su nacimiento, el mundo de la cultura la recuerda.
Sería interesante leer o escuchar opiniones de escritores o artistas de otros tiempos sobre los que corren; pero el presente siempre es árbitro, excepto en la ficción. “Todos tememos a la muerte y buscamos nuestro sitio en el universo. La tarea del artista no es sucumbir a la desesperación, sino buscar un antídoto para el vacío de la existencia”, le dice Stein a Gil Pender (interpretado por Owen Wilson) en la película Medianoche en París (2011), cuando aquel joven escritor norteamericano, frustrado por no avanzar en su carrera literaria y en medio de un viaje a la capital francesa, encuentra el pasadizo secreto al pasado y logra que la autora lea el manuscrito de su novela y le devuelva ese mensaje.
La película de Woody Allen recrea con un tono mágico y nostálgico la escena cultural de la década del veinte. Y aparece el departamento de Stein en la calle 27 rue des Fleurus en el barrio Montparnasse, cerca de los jardines de Luxemburgo, donde vivió desde que llegó a París en 1903, al principio con su hermano Leo y luego con su pareja, Alice B. Toklas. En 1938, ambas se mudaron a la calle 5 rue Christine. Aquel primer hogar se convertiría en lugar de encuentro de artistas y escritores de la época y en espacio de exhibición de la colección de los Stein, pronto integrada con obra de artistas como Matisse, Cézanne, Renoir, Bonnard, Delacroix, Picasso y Gris, entre otros. Como bien retrata Allen, Gertrude solía leer los escritos de sus contemporáneos y darles su opinión.
A James Lord también lo aconsejó: “Un escritor de verdad debe estar muy seguro de sus emociones antes de poner una pluma en el papel”, le dijo, según relata él mismo en el perfil citado. Hemingway recuerda en sus memorias una experiencia similar, cuando Gertrude leyó su texto Allá en Michigan: “Es bueno -dijo-, eso no se discute. Pero no se puede colgar. Quiero decir que es como un pintor que pinta un cuadro y luego, cuando hace una exposición, no puede colgarlo en público y nadie se lo va a comprar porque tampoco pueden colgarlo en una habitación (…). Uno no debe escribir nada que sea impublicable. No se saca nada con hacer eso. Es una acción mala y tonta”.
Pero Stein ya venía escribiendo en un estilo de difícil lectura. Por ejemplo, en los textos de Retratos (1912), “decidió bloquear casi por completo la capacidad descriptiva de las palabras” y pasó a concebir su escritura “como una labor compositiva de naturaleza abstracta en el sentido en el que hablamos de pintura abstracta”, dijo Esteban Pujals, ensayista y traductor, en una conferencia en la Fundación Juan March. En los textos de Botones blandos (1914), “la materialidad del lenguaje se realza en sí mismo, toma una realidad propia y es ilegible”, complementa.
El presente y el futuro de Gertrude también fueron sus árbitros y, acaso, sus potenciales lectores no la leyeron como le hubiera gustado, tal vez, pensaría ella, por ser parte de una “generación perdida”. “La obra de Stein ha venido presentando un aspecto esquinado y problemático, no sólo con respecto a la generación de sus contemporáneos nacidos a finales del siglo XIX, sino también con las generaciones siguientes. Han tenido que transcurrir cerca de cien años desde el momento en que fueran compuestas para que muchas de estas obras empezaran muy poco a poco a encontrar algo parecido al público que hubieran merecido tener en vida de Stein”, opinó Pujals en aquella conferencia.
Ese lenguaje repetitivo fue lo que caracterizó en general a la obra de Gertrude, con una escritura que tiende a una abstracción en donde el lenguaje se vuelve su propio tema, con una materia que se retroalimenta y se revuelve a sí misma, dejando fuera toda referencia espacial y temporal del exterior y construyendo un mundo propio con palabras, oraciones y párrafos que vuelven sobre sí, una y otra vez. Son textos ante los cuales el lector debe tomar un rol activo para darles sentido.
¿Qué resultaría de un diálogo entre un texto abstracto de Stein (como alguno de Retratos o Botones blandos) y las pinturas neoplásticas de Mondrian (como por ejemplo, sus Composiciones)? Ambos desconectan los elementos de la obra de las referencias de la realidad exterior; trabajan sobre la estructura, ya sea sintáctica o plástica; manejan un lenguaje abstracto y están influenciadas por el Cubismo. Los neoplásticos lo estudiaron, lo imitaron y luego lo profundizaron. Por su parte, para Stein, Picasso representaba el mayor ejemplo de realización que jamás había conocido, dice Leon Katz en un texto del catálogo de una muestra de 1970 en el MoMA sobre la colección de los Stein.
Con Juan Gris, eran “íntimos”, dijo ella misma en un artículo. “El cubismo se basa en la noción de que un objeto no es la suma de sus partes, sino que cada átomo de un objeto contiene en su interior la esencia del todo, y por tanto, puede reorganizarse a voluntad manteniendo el sentido global del objeto”, explica Carly Sitrin en un ensayo de la Universidad de Boston, en el que agrega que la obra de Stein “no está pensada para ser analizada palabra por palabra”, sino que “se digiere de una sola vez, en el presente continuo”.
Nacida el 3 de febrero de 1874, en Allegheny, Pensilvania, Stein vivió entre Viena y París hasta los seis años, cuando se mudó con su familia a California. Su madre murió cuando ella tenía catorce y su padre a sus diecisiete. A los veintinueve, Gertrude comenzaría su travesía parisina rodeada de pinturas, textos y la desolación de un mundo en pre guerra, guerra y posguerra.
Tal vez la coleccionista encontró en la abstracción literaria y en esa voz que va y viene y se repite, ese antídoto sobre el cual Allen la haría reflexionar años más tarde en su película.
Fuente: La Nacion