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Cuando la literatura contemporánea va al teatro: un paso virtuoso que le da otras vidas al libro

La cartelera porteña muestra una tendencia de novelas y relatos de autores argentinos de este siglo llevados con éxito a la escena: de “El corazón del daño” a “Testosterona” y de “Matate amor” a “Rabia”

“En la casa de la infancia no hay libros. Patines hay, bicicletas, cajas de cartón con gusanos de seda, pero no libros. Cuando le digo esto a mi madre, se enfurece. Por supuesto había libros, dice. No sé. En todo caso, no hay una biblioteca de ejemplares ingleses como la que tuvo Borges”. Sobreviene en el lector una ladeada sonrisa cuando llega a este remate en la primera página de El corazón del daño, texto íntimo e inclasificable de María Negroni, como un “censo de escenas ilegibles” en su propio decir. La misma risa corta, que no es precisamente de gracia, se oye en las butacas del Picadero cuando Marilú Marini representa la escena al inicio de la obra. Y el eco es igual entre el público del auditorio del Malba, cuando la actriz le pone voz al fragmento, de pie frente al micrófono, antes de sentarse a conversar con el director Alejandro Tantanian sobre el trabajo de adaptación que hicieron de esta novela-ensayo-poema, de cuya sofisticación, pasión, tristeza y elegancia The Paris Review únicamente encuentra antecedentes en Calvino.

El corazón del daño sirve de primer gran ejemplo para observar una tendencia que aparece en la cartelera porteña actual, un avance de la literatura contemporánea en el teatro que se robustece. Esto es cuando una novela, un cuento, textos de autores de este tiempo, que no fueron originalmente escritos para la escena, cobran una segunda vida artística. Y en este caso la traslación es de una manera tan literal que la primera línea que pronuncia Marilú Marini después de pedir obsesivamente que apaguen los celulares es el epígrafe del libro, de Clarice Lispector: “Voy a crear lo que me sucedió”.

En aquella conferencia en el museo, hace unas semanas, el Tantanian-lector contó que cuando terminó el libro de Negroni fue y le dijo, sin saber bien todavía qué haría, que se lo guardara para él. Pensaría en el desafío de adaptar ese texto que es, a la vez, sobre la madre, sobre sí misma y sobre convertirse en escritora, “con la dificultad de no quedar en lo anecdótico del vínculo”. Luego el Tantanian-director agregó: “Era muy importante no transformar el espectáculo en una versión de la obra, sino en traducir la complejidad del libro al lenguaje teatral”. Marilú era la intérprete perfecta, con su capacidad de entrar al interior de un texto, lo que ella llama aquí “inmersión”. Para eso lo trabajó con su psicoanalista, que esa tarde seguía la presentación desde las primeras filas.

Para seguir con la tendencia -y con el tema de las madres, que es también el corazón roto de lo que sigue-, como directora Marini tiene además en cartel Matate amor, la obra con Érica Rivas que en 2018 subió al escenario la novelade Ariana Harwicz, una autora con varias pasos dados en este sentido. Suyos son también los libros La débil mental (que hizo varias temporadas, primero con dirección de Cristina Banegas y Carmen Baliero, y actuación de Claudia Cantero y Ingrid Pelicori) y Precoz, con Valeria Lois y Tomás Wicz, y dirección de Lorena Vega, que tiene funciones los jueves también en el Picadero.

“Si bien hay una tradición en adaptar la literatura al teatro, antes eran más los textos canónicos clásicos; ahora salen novelas, cuentos, crónicas y casi recíprocamente sale su hermano, su correlato teatral”, dice Harwicz a LA NACION, durante un viaje en tren entre provincias, del campo a la ciudad, en Francia, donde vive hace años. Y amplía el territorio del fenómeno: “Creo que tiene que ver con nuevas formas de transferencias, de pasajes, de puentes, entre la literatura y el teatro, pero también con el cine y las series; son formas renovadas de leer que celebro. Yendo a mi caso concreto, mis novelas son adaptadas, pero el texto no cambia, queda casi idéntico en su textualidad, lo que se adapta es la escena, y eso también habla de que la literatura cobra fuerza en escena, que a los espectadores les gusta y les interesa escuchar literatura”.

La escritora, que trabaja en una obra original para una ópera que estrenará el Teatro Colón en 2025, hace una segunda reflexión interesante sobre la apertura de la literatura contemporánea a otras artes y la sensación que le deja haber participado de estas experiencias. “Siento una coautoría, como si mi novela fuera coescrita con alguien –ejemplifica-. La Matate amor que interpreta Erica Rivas es una Matate Amor otra, no es mi novela, pero tampoco me es ajena. Me parece un círculo virtuoso, de lo mejor que le puede pasar un escritor o a un artista, ver lo que escribe multiplicado de otras formas. Como si se le asegurase una vida más larga al libro. Y también como si se completara: escribo una novela que después va a ser llevada a otro lugar por la puesta”.

Textos y obras, lectores y espectadores

Puede parecer obvio, pero es bueno no pasar por alto que la experiencia de leer una novela y ver una obra de teatro son diferentes, así como los lectores y espectadores son distintas personas, aunque veces puedan coincidir. Ocurre: parte del público llega a la sala porque le gustó el libro o bien, al revés, compra a la salida, en una de esas mesitas ubicadas en el hall del teatro, un ejemplar para sumergirse todavía más profundo en la historia.

Con Testosterona, debut teatral del periodista y escritor Cristian Alarcón, con dirección de Lorena Vega, el caso es diferente, empezando por el título, que no evidencia su lazo con El tercer paraíso. Es decir, Testosterona no es la adaptación directa de la novela ganadora del Premio Alfaguara de Novela 2022, pero cualquiera que la haya leído sabe perfectamente de qué se trata la obra. Y no sólo en el episodio central, también en varias de sus ramificaciones. Fragmentos completos, en la voz del propio autor-protagonista, se integran en un libreto que además incorpora herramientas del periodismo para contar la propia historia. Si en la página 235, a los 6 años, el narrador –un chileno en la Patagonia- se queda solo en casa y se viste de mujer con la ropa, el maquillaje y la bijou de su madre, que vuelve de improviso y lo descubre, en la página 238 ya le habrán inyectado la hormona masculina y empezado terapia. Por todas las páginas avanza el jardín, en un terreno propio, con prímulas y aprendizajes (“sembrar en otoño rinde en primavera”), historias de paisajistas, semillas y otras hierbas. Todo esto, del mejor modo, sube a escena.

Consultada para esta nota, Lorena Vegase preocupa primero por que ningún desprevenido confunda algo esencial: que la dramaturgia es literatura. Y si bien no se anima a dar una sentencia firme sobre el fenómeno de los libros que van al teatro, sí ilumina desde su experiencia aspectos interesantes sobre el tema. “Lo veo como una alimentación recíproca, donde se arma esta especie de híbrido, en el mejor sentido de la palabra; se mezclan las dos aguas, los dos líquidos y se van tiñendo los colores”, dice la “imprentera”, que no puede evitar usar conceptos de la gráfica para su metáfora. “En el caso de Precozla relación es súper fusionada porque hay una autora [Harwicz] que escribe de un modo muy teatral, que ha tomado clases (con Mauricio Kartun, igual que yo), que sabe mucho de cine y tiene relación con otros lenguajes. Ya hay algo que está enhebrado en su prosa, una textualidad que invita a pensar escenarios. La obra está adaptada por un dramaturgo, Juan Ignacio Fernández. Y es como si nos hubiéramos juntado todos adentro de una misma piscina, en la que muchas veces se cambiaban los roles: Juan o Ariana, que son de las letras, tenían una premisa mucho más de acción, y yo, que soy de pensar las acciones en el espacio, me ponía obsesiva con las palabras. Eso es producto de que no están tan distanciadas las disciplinas, sino que justamente hay un nuevo encuentro”. Volviendo a Testosterona, retoma Vega: “También con Cristian se nos dio un intercambio de roles, y por ahí yo estaba más atenta a la investigación periodística o a extraer momentos de su novela, El tercer paraíso, y él más pendiente de cómo en el espacio se podían replicar acciones que tuvieran que ver con eso”.

La directora piensa una idea que nos lleva de nuevo al comienzo: “Hay una necesidad de ir actualizando las voces en función de lo que nos pasa. En estos tiempos las cosas van muy rápido, la información circula con mucha velocidad, lo que acontece está inmediatamente diseminado por las redes, pero también por otro tipo de conexión entre las personas y el modo de vida que tenemos, entonces vamos mutando y narrando todo el tiempo lo que nos va sucediendo. En las búsquedas artísticas también empieza a haber una necesidad de que aparezcan voces que nos identifiquen con lo que nos pasa aquí y ahora”. A propósito, señala un aspecto que también está muy instalado: hablar del mundo privado. “Eso ha revelado voces muy interesantes y sigue siendo un desafío en términos artísticos encontrar la singularidad, el procedimiento de cómo se narra y la poética para que el valor no esté solamente en la valentía de animarse a decir, sino en dar con una fibra expresiva que realmente se meta a conmover de modo intravenoso. Es complejo y sigue siendo un camino interesante, que desafía”.

La última “novedad” de este tipo en la cartelera porteña es Rabia, que se estrenó primero en Madrid y desde el fin de semana pasado se puede ver en Timbre 4, interpretada por Claudio Tolcachir. La novela de Sergio Bizzio, que está cumpliendo dos décadas desde su publicación, había sido ya adaptada al cine (esto al margen del sorprendente parecido de Parasite, la película coreana ganadora del Oscar en 2020). Podría decirse que el texto –que se tradujo en varios idiomas- encuentra ahora una tercera vida en el teatro. “Es indudable que, quien haya leído la novela, llega a la función conociendo la trama y ha construido en su mente las imágenes de los personajes. Tolcachir, en este caso, le posibilitará a ese espectador realizar una reconstrucción muy sensible del material. Quienes no conocían el texto, seguramente van a encontrarse con un acontecimiento en el que la narrativa de Bizzio se cruza con la teatralidad de una representación que revela su historia de una forma distinta, pero no menos inquietante”, escribió esta semana Carlos Pacheco en su crítica para LA NACION.

Botones de muestra habrá muchos más, seguro. Pronto “Los gestos de la sal”, un encantador relato de Alejandra Kamiya, incluido en el libro El sol mueve la sombra de las cosas quietas, subirá a escena con el lenguaje de la danza en la nueva coreografía de Teresa Duggan para el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Y lo hará sin despojarse de la palabra: la autora interviene en el trabajo con su voz en off.

Para agendar

El corazón del daño, en el Teatro Picadero, Pasaje Discépolo 1857. De miércoles a sábados, a las 20; domingos, a las 18.45. Entradas, $ 17.000.

Matate amor, Dumont 4040, Santos Dumont 4040. Viernes y sábados, a las 20. Entrada, $ 10.000.

Testosterona, en el Teatro Astros, Corrientes 746. Hasta el 29 de febrero, los jueves, a las 20.30; en marzo, lunes, a las 20. Entradas desde $ 9000.

Precoz, en el Picadero, Pasaje Discépolo, jueves a las 21.45. Entrada, $ 11.000.

Rabia, Teatro Timbre 4, México 3554. Miércoles, a las 21, jueves y viernes, a las 21, sábados, a las 20, domingos, a las 18. Por el momento, todas las funciones están agotadas.

Por Constanza Bertolini

Fuente: La Nación

«Matate, amor» (Mar Dulce, $11.000), la novela de Ariana Harwicz con Érica Rivas y dirección de Marilú Marini, se estrenó en teatro en 2018 y sigue en cartel en Dumont 4040
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