“Nadie canta” es el nombre de la obra que presentó la artista en Buenos Aires, después de ganar el primer premio Andreani de Arte, Tecnología y Ciencia.
El sábado 16 de marzo, la Fundación Andreani, en su edificio ubicado al frente del Riachuelo, en el clásico barrio de La Boca, inauguró una destacada apuesta artística de Indira Montoya. Se trató de la exhibición “Nadie canta”, promovida por la institución, que surge luego de que la artista ganó el primer premio Andreani Arte, Tecnología y Ciencia (2023), que recibió en noviembre del año pasado y contempló la suma de $ 1 millón en reconocimiento a su labor.
Vale aclarar que esta mención fue elegida entre 24 obras que fueron exhibidas en las salas de la fundación, entre un total de 1.200 postulaciones de artistas que participaron de una convocatoria abierta y federal.
El jurado, integrado por referentes del campo del arte con trayectoria internacional, se conformó por Carla Barbero, Laura Buccellato, Mariano Giraud, Andrés Denegri y Carlos Huffmann, quienes realizaron la selección de las obras que integraron una exposición, de la que luego finalmente se eligieron los premiados.
Por otro lado, en paralelo con esta inauguración, dos artistas más estrenaron obras: la propuesta “Temporal”, de Augusto Zanela, y “Huancas”, de Rodrigo Alcon Quintanilha.
Se pueden visitar de miércoles a domingo, de 12 a 19 h en Av. Pedro de Mendoza 1987, CABA.
Las salas
“Nadie canta” construye un entorno híbrido entre imaginarios virtuales y concretos que se despliega en cinco piezas: dos de ellas en formato audiovisual, la tercera es una escultura (realizada con impresión 3D en resina y plástico). La cuarta es una pieza para “Oculus”, una obra de realidad virtual totalmente inmersiva en la que el elemento principal es la danza (una danza del fin del mundo) en la cual el espectador se introduce en el movimiento y los paisajes.
Por último, hay una pieza inmersiva 360 que recorre los escenarios a vuelo de pájaro. Para esto se colocaron en sala teléfonos celulares y visores de cartón junto con un Oculus Quest que están a disposición del público.
En la exhibición puede contemplarse una obra principal en una pantalla de 10 metros de largo, allí flotan fragmentos del bioma del espinal cordobés, en franco proceso de extinción. Indira intenta provocar un gesto de conservación que fusiona aspectos recuperados directamente del paisaje y otros producidos a partir de procesos de modelados a partir de la cartografía geográfica de Córdoba.
La experiencia del público se encuentra atravesada por estímulos visuales y sonoros, con la gramática propia de la artista, que lleva a embeberse de un universo que roza lo ruinoso, lo onírico, con lo sublime y lo cotidiano.
A su vez, en las salas se encuentra presente la escultura “El ángel vacío”, uno de los personajes que aparecen en el video y cobra dimensión física. Sin muchas más pretensiones, esta pieza escultórica de color áureo metalizado conecta ambos audiovisuales y organiza la trayectoria de la experiencia visual.
Por último, a modo de cierre, se proyecta un video que opera como una suerte de epílogo esperanzador ante el mundo corrosivo de las cenizas.
En este sentido, la artista nos propone una pregunta sobre cómo habitar ciudades que colindan con bosques devastados, que va desde el cruce evolutivo máquina-naturaleza y aparece como una realidad lúcida que nos permite construir una liturgia íntima en este mundo evanescente.
El proceso
Sobre cómo fue el proceso de producción, cuenta la artista: “Fue un arduo trabajo que pude llevar adelante con el apoyo de todo el equipo de la fundación. El diseño de montaje que propuso Laura Buccellato les permitió a las piezas calzar en las salas. Veo la muestra y observo que las obras cobran otra escala. En otras oportunidades, por cuestiones presupuestarias, no se ha podido lograr eso, una dimensión donde la obra calce”.
Y añade: “Esta magnitud propone un despliegue de los personajes, de la narración (casi cinematográfica) y los estímulos sensoriales que le otorgan mayor expansión. Por otro lado, esta disposición espacial nos permite un doble juego, el carácter monumental de la exposición convive con una dimensión más introspectiva, las paredes son oscuras. Hay una intención de austeridad en el recorrido, como así también en la visualidad de las tres obras que la componen”.
Sobre la artista
Indira Montoya nació en Córdoba en 1975. Ella se define como artista visual y performer. Es licenciada en Comunicación Audiovisual. Se formó en las clínicas y los talleres de artistas cordobeses como Aníbal Buede, Soledad Sánchez Goldar, Gabriela Halac y Lucas di Pascuale.
Lleva más de 15 años investigando poéticas que están atravesadas por los gestos del cuerpo, el lenguaje digital y las visualidades de las materias. Su proceso de investigación se basa en un método autodidacta que explora al límite el aprendizaje a través de la prueba y el error. Es a partir de este incansable formular que ella moldea sus piezas en cualquier soporte, ya sea analógico o digital. Sus obras han circulado por espacios públicos e independientes de la ciudad.
Su última propuesta, una muestra individual titulada “El monte impronunciable”, formó parte de la programación del Museo de las Mujeres y funcionó como práctica premonitoria para la puesta en escena de “Nadie canta”.
Si observamos con el paso del tiempo su obra, no sólo vemos el camino orgánico entre las preguntas que activan su producción y los lenguajes que utiliza, sino una gramática propia y única. Una voz autoral que rasguña los efímero del paso del tiempo.
Fuente: La Voz