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Buenos Aires: El Teatro Nacional Cervantes reactiva su programación en abril

El autor y director de «Matar a un elefante» se refirió a su debut en el Cervantes y mostró preocupación por la cultura; «Siento que se ha construido una imagen demonizada de los actores culturales, hubo un manoseo injusto alrededor de quienes trabajamos en cultura. Veo un sistema que no hizo supervisión profunda y a conciencia sino un gran desmantelamiento».

“La obra se disparó con la idea de un hombre que anda por la vida con un corazón artificial, que deambula y arrastra un aparato con rueditas que lo mantiene vivo porque no tiene corazón, por alguna razón”, dice Franco Verdoia, autor y director de “Matar a un elefante”, que se estrena en el Teatro Cervantes el 4 de abril.

Se trata de uno del primer estreno en la sala Luisa Vehil del Teatro Nacional Cervantes, cuya programación se vio diezmada ante los recortes en Cultura con postergaciones de obras que pasaron al año próximo. El Cervantes tiene a un director artístico de la talla de Gonzalo Demaría, quien pasó por ese teatro con “La comedia es peligrosa”, y es autor de las excelentes “Tarascones” y “El romance del baco y la vaca”, entre tantas otras.

Demaría se ocupó de reorganizar la programación para continuar con la producciones, sobre todo las más grandes en tiempos de recortes. Demaría anunció la programación para este año, con parte de la de 2023, como «Matar a un elefante», e incorporaciones que añadió de su curaduría, como “Chin Yonk ataca de nuevo”, un musical con orquesta en vivo, de Fernando Albinarrte y dirigida por Sebastián Irigo.

El elenco de “Matar a un elefante” está integrado por los cordobeses Berenice Gandullo, Julieta Lastra, Gerardo SerreSebastián Suñé y Gabriel Carasso; cuenta con diseño musical Ian Shifres, iluminación de David Seldes y Matías Sendón,vestuario de Jorge López y escenografía de Alejandro Goldstein. Conversamos con Verdoia sobre su obra y su debut en el Cervantes.

Franco Verdoia mientras ensaya con los actores

Periodista: Hay un ensayo de George Orwell que se llama igual, ¿se inspiró en eso? 

Franco Verdoia: No lo había leído y si bien en los dos hay un elefante, en el de Orwell lo mandan a matar por su agresividad y en mi obra hay un accidente que se podría haber evitado.

P.: Buscó que el elenco sea de cordobeses, ¿por qué? 

F.V.: Desde la concepción de la obra el lenguaje era fundamental, escribí como cordobés, escuchando la forma en que nosotros nos comunicamos, echando mano a ese lenguaje y siempre imaginé un elenco de cordobeses nativos porque sentía que era la única forma de que se reproduzca lo que yo quería. Me hacen cierto ruido los materiales donde se imitan acentos de nuestro país y no están del todo incorporados. El acento está en el cuerpo, desde escuchar a nuestras madres desde la panza. Hay algo del humor, palabras que forman parte del diccionario cordobés que configuran la manera en que los personajes se relacionan. Los espectadores quizá queden fuera, por momentos, por ciertos regionalismos, pero esa fue la búsqueda deliberada. Traigo lo cordobés porque tiene que ver con mi crianza, quedó muy inserto en mi manera de construir mundos y lenguajes y me visita todo el tiempo.

P.: ¿Por qué vuelve en sus obras al pueblo y a los amigos de la infancia, al emigrar y al retorno? 

F.V.: Tengo una relación muy profunda con mi lugar de origen, esos amigos y amigas con quienes viví toda mi adolescencia e infancia y con quienes sigo en contacto y somos familia. Las relaciones más entrañables de mi vida me las dio mi ciudad natal, vuelvo constantemente, es un territorio que me cuestiona por qué me fui. El haberme ido fue anhelado y tuvo que ver con mi profesión, el país era otro, la conectividad no era tal, había que irse para poder alcanzar lo que uno soñaba. Mi familia pudo apoyar ese emigrar pero a su vez ese sueño cumplido trajo la culpa, la contracara del desarraigo. Eso sigue haciendo efecto hoy en mi presente, hay algo de mi tierra que extraño, entrar a las casas por la cochera, dormir la siesta, juntarme a tomar mate, hay una cuestión cultural y de apego a las ciudades pequeñas que nos marcan.

P.: Su obra anterior fue “Late el corazón de un perro”. Ahora hay un corazón artificial y un elefante. 

F.V.: La obra se disparó no con la idea de un elefante sino de un hombre que andaba por la vida con un corazón artificial, un personaje que se maneja deambulando y arrastra un aparato con rueditas que lo mantiene vivo porque no tiene corazón, por alguna razón. A partir de esa imagen aparece el pueblo, los amigos y el retorno. El miedo a quedarse para siempre está conectado con el miedo a no poder irse nunca. Cuando está el deseo de irse la amenaza del retorno es una pesadilla recurrente, se tensiona cuando el lugar del que uno se fue está traccionado por ese amor profundo, genuino y cuestionable. Ahí se produce una contradicción y genera la encerrona de la que es tan difícil salir.

P.: También se pregunta por el hombre y su relación con el arte. 

F.V.: Sí, un artista visual que cobró notoriedad y fue el orgullo del pueblo pero por un traspié, así como lo catapultaron a ese limbo de fama ahora lo sepultan. Esta obra reflexiona sobre la entrega del cuerpo al servicio del arte, como el artista compromete partes propias para construir algo de orden hedonista. “Mírenme, aquí estoy”, que es lo que termino haciendo con esta obra. El recorrido del cuerpo tiene un valor significativo porque está enlazado justamente por la fragilidad de un cuerpo que se desprende de un órgano y aún sigue vivo, con la inminente posibilidad de que se ese corazón que está palpitando se apague y cause la muerte.

P.: Cómo es esta experiencia en el Cervantes? 

F.V.: Siempre soñé con estar y tiene un equipo de producción, de arte, de escenografia, vestuario y maquillaje que es un lujo, rodean el proyecto de mucho cuidado y meticulosidad. Relaja los procesos creativos que siempre están en las espaldas de quienes hacemos teatro independiente, entonces hacemos mil cosas al mismo tiempo para que rinda el dinero y conseguir los recursos. Resolviendo con lo que hay. Trabajar en esta estructura donde eso esté facilitado sin que sea un despilfarro hace que mi mirada esté puesta al servicio de lo artístico y no en todo lo otro. Poder tener ensayos continuos , cubiertos por un sueldo, hace que uno tenga la disponibilidad de tiempos y entrega al trabajo. En el independiente uno ensaya poco, lo suficiente para que la obra se monte lo mas rápido posible pero sin estructuras de corrido de lunes a viernes en un espacio. Esto hace que el pasaje del texto al espacio sea rápido, disfrutable, gozoso. Y de experimentación. Lo que verán no traiciona el espíritu independiente, lo que se emplazó tiene que ver con mi poética y búsqueda.

P.: ¿Qué puede decir de este difícil momento para el teatro y la cultura? 

F.V.: Veo un momento herido, frágil, de vulnerabilidad, incomprensión. Siento que se ha construido una imagen demonizada de los actores culturales, hubo un manoseo injusto alrededor de quienes trabajamos en cultura desde diferentes ámbitos. Está todo mezclado. Peligran focos de desarrollo cultural. Veo un sistema que no hizo supervisión profunda y a conciencia sino un gran desmantelamiento. Me genera tristeza porque Argentina tiene un potencial cultural enorme y artistas técnicos de gran talento. Esa gran red está erosionada, lacerada, pero hay una pulsión creativa que mantiene ese tejido latiendo, ese corazón. Estamos acostumbrados a atravesar esto que pasa con el cuerpo.

Fuente: Ámbito

El elenco está integrado por cordobeses, fue una búsqueda deliberada del director. Ellos son Berenice Gandullo, Julieta Lastra, Gerardo Serre y Sebastián Suñé; 
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