Del viernes al domingo, habrá encuentros con autores, talleres participativos y actividades culturales en el Espacio Cultural Marín; el proyecto está impulsado por La Casita Literaria, la red de bibliotecas comunitarias creada por el vecino Mario Erkekdjian
Desde este viernes y hasta el domingo, San Isidro se convertirá en punto de encuentro para los amantes de los libros con la realización del Primer Festival Literario San Isidro, organizado por La Casita Literaria. El evento, con entrada libre y gratuita, se desarrollará de 14 a 20 en el “castillo” del Espacio Cultural Marín (Av. del Libertador 17115), y propone tres jornadas dedicadas a la lectura, la escritura y las artes.
El festival ofrecerá una programación amplia que incluirá stands de librerías y editoriales, charlas con autores, lecturas, entrevistas y talleres participativos, además de música en vivo, actividades infantiles y exhibiciones de artistas visuales.
La propuesta busca acercar la lectura a la comunidad y fortalecer el vínculo con el libro como espacio de encuentro, integrando distintas expresiones culturales en un mismo ámbito. “La idea es que convivan la palabra, la imaginación y la cultura en un entorno abierto y participativo”, destacan desde la organización. Con un espíritu inclusivo y comunitario, el festival apunta a reunir tanto a lectoras y lectores habituales como a quienes se acercan por primera vez al universo literario, ofreciendo actividades para todas las edades y gustos.
La historia detrás del Festival
El punto de partida del festival está ligado a la historia de Mario Erkekdjian,83 años, jubilado y exempresario, que recibió a LA NACION en su casa, en San Isidro, para contar cómo nació La Casita Literaria. En la vereda está la primera casita que construyó en su taller. Fue la inicial de un proyecto que empezó hace cuatro años con un gesto simple: poner a circular unos 300 libros aproximadamente de su biblioteca personal.
Hoy, esa colección inicial se multiplicó. En su casa, Mario guarda cerca de 4000 libros que organiza, selecciona y distribuye entre las casitas o envía a escuelas y bibliotecas. Durante la inundación de Bahía Blanca, por ejemplo, donaron 1300 libros para rearmar un espacio de lectura. Y una idea que comenzó en su vereda se expandió mucho más allá del barrio: ya existen cinco casitas en San Isidro y unas quince en distintos puntos del país, como Villa La Angostura, Neuquén y Salta, entre otros lugares. En todos los casos, docentes, lectores y vecinos se pusieron en contacto con él para replicar el proyecto. Mario les facilitó un manual de procedimiento con las medidas y materiales de cada casita, instrucciones detalladas para construirlas y acompañamiento remoto. Incluso designó a una persona para coordinar el proyecto y garantizar su continuidad. Cada casita terminada queda numerada, como parte de una red de lectura que sigue creciendo.
Con una taza de café de por medio y música clásica sonando en la cocina de su casa, Mario relata cómo construyó la primera casita “a mano, en mi taller, con ayuda de vecinos”. Después invita justamente a ese taller: un espacio lleno de herramientas, estantes y maderas donde arma casitas nuevas y fabrica juguetes de madera que en Navidad dona junto a su esposa al hospital de San Isidro para niños internados.
El crecimiento de La Casita Literaria llamó la atención del municipio, que declaró el proyecto de interés municipal y cultural. Además, compró cinco kits de herramientas para que estudiantes de escuelas técnicas construyan nuevas casitas. Cuando estén terminadas, serán colocadas en plazas cercanas a cada colegio, ampliando así la red de puntos de lectura en el espacio público.
El modelo es simple: no hay inventario, no hay obligación de devolver, no hay registro. Mario recibe los libros y los reparte según afinidades, pedidos o intuición. Cree que la lectura es un puente y que compartir libros “es una forma de encontrarse con otros”.
Esa filosofía se vuelve evidente en su rutina cotidiana. “Lo que más me entusiasma es conectar con gente. Aprender siempre, escuchar al otro”, dice. Y mientras lo dice, sucede: durante la visita, Marina, una vecina de Don Torcuato, toca la puerta para buscar un libro que Mario había apartado especialmente para ella. “Lo vi y pensé que le iba a gustar”, explica con naturalidad.
En su taller también pasan cosas: vecinos que llegan con una lámpara a reparar, un juguete roto, una duda. Mario se toma el tiempo, conversa, ayuda, sugiere. Su taller está siempre a disposición de quien lo necesite, una señal de la importancia que le da a la comunidad y a la idea de crear un espacio compartido donde todos puedan aportar algo. La casita es un punto de intercambio, pero su casa funciona como un punto de encuentro.
Ese tejido comunitario —hecho de libros, herramientas, charlas y puertas que se abren— es el que llega ahora al Festival Literario San Isidro. Una iniciativa que nació en una vereda y hoy se proyecta en un espacio mayor, demostrando que un gesto pequeño puede convertirse en un acontecimiento cultural para toda la ciudad.
