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Ongamira, Córdoba: Museo Deodoro Roca, el imperdible museo que rescata al “prócer olvidado” e impulsor de la Reforma Universitaria de 1918

A 117 kilómetros de Córdoba, por la ruta provincial 17, se llega a Ongamira, un valle de formaciones geológicas de 120 millones de años, con cuevas y paredones. Curiosamente, uno de los aleros en las rocas lleva el nombre de Deodoro Roca, impulsor de la Reforma Universitaria de 1918.

En Ongamira, Deodoro Roca es un personaje querido; allí pasó parte de su infancia y juventud, y hasta es posible que redactara en el lugar el documento político más trascendente que la Argentina legó al mundo en el siglo 20: el Manifiesto Liminar con las bases de la democratización de las universidades públicas. También se recuerda a Deodoro en un museo, montado en una pulpería del siglo 19.

Roca nació en 1890 en la ciudad de Córdoba, en una casona de la calle Rivera Indarte, hoy demolida. Este intelectual incómodo y rebelde era un “señorito” cordobés traidor de su clase, era latinoamericanista, antiimperialista, antifascista y anticlerical, y uno de los grandes pensadores argentinos. Se codeaba con José Ingenieros, Rafael Alberti, Lisandro de la Torre, Hipólito Yrigoyen, Leopoldo Lugones, Pablo Neruda y Alfredo Palacios, entre otros.

Feliciano Supaga, dueño del museo y conocedor de primera mano de la historia del reformista (su abuelo era amigo personal de Deodoro), cuenta queRoca visitaba Ongamira desde los 10 años y, siendo abogado, distribuía su tiempo entre Tribunales y el paraje del norte de Punilla.

Supaga dice que los extranjeros que visitan el museo conocen su figura, pero sorprende que muchos argentinos llegan preguntando quién era. “Creo que es un ilustre desconocido; yo lo llamo el prócer olvidado. La gente se va sorprendida por la colección, por la importancia de la reforma y por la figura de Deodoro”, explica.

Feliciano relata que compró esa vieja casa de ramos generales de 1880 con la intención de preservar el patrimonio de Ongamira. En 1995, la convirtió en el Museo Deodoro Roca (exmuseo Charalqueta, el cerro sagrado de los comechingones), donde se resguardan objetos del reformista, de la historia del pueblo y obras de arte.

La primera sala permite una inmersión en la vida de Deodoro. Se exhibe la máquina de escribir Continental con la que redactó el manifiesto, fotografías (como la de su sepelio, el más concurrido de la historia de Córdoba), pinturas (su maestro fue Octavio Pinto), la cama en la que nació, y falleció en 1942, y mayólicas de su vivienda en la capital cordobesa.

La máquina es una reliquia que se salvó en 1976 de un incendio intencional provocado por un grupo de tareas que perseguía a su hijo, Gustavo Adolfo Roca, un activo dirigente universitario y abogado comprometido con los derechos humanos. Tiempo después fue donada al museo por su nieto, Gustavo Miguel Roca.

“La reforma empezó en una especie de cónclave en Ongamira en las galerías del hotel Supaga. Toma cuerpo en el otoño en Córdoba y estalla el 15 de junio, y una por una todas las universidades del mundo cambiaron en base a nuestra reforma universitaria. Era algo subversivo, era ilegal hacer ese tipo de reuniones, ir en contra del gobierno y en contra de la Iglesia”, explica Supaga.

En esa sala se puede leer el “primer juicio ecológico” latinoamericano, en el que Deodoro defendió a un toro y ganó. El animal que había atacado a un turista pasó de ser el agresor al agredido; el abogado demostró la imprudencia de quien había invadido el hábitat del toro.

En otras salas se pasea por la historia y el patrimonio de Ongamira. La Universidad Nacional de Córdoba colaboró con la puesta para que el visitante recorra siguiendo un eje temático: objetos de industria nacional argentina, tesoros arqueológicos, elementos de la vida en Ongamira de los últimos 150 años y la biblioteca. Hay piezas curiosas, como monedas de 1808 que nunca circularon con la cara de Carlos IV, que fueron desenterradas por una vizcacha en un campo vecino. El pabellón de arte es el colofón de la visita: hay obras de los austríacos Carl Zewy y Eva Zewy de Eisler, de 1870 a 1890, una colección de Hans De Vries, y de Butler, Ripamonte, Guayasamín, López Claro y Ludwig, entre otros. La colección completa tiene 23.800 piezas y la muestra actual unas 2.500.

Por Mariana Otero

Fuente: La Nación

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